Es duro resucitar, es
muy difícil.
Porque una no sabe,
lo que recuerda no sirve,
lo que sirve no sale automático,
lo que sentía sigue ahí y ya no vale,
lo que siente es tan real que parece fantasía.
Y apenas existen fuerzas,
los músculos están desentrenados,
los caminos están borrados,
las emociones están revueltas y entremezcladas.
Las cosas no son como eran,
y tal vez nunca lo fueron.
Así que una trata de construirse un nuevo mapa,
de aprender a andar sin mapas,
de pararse cuando está agotada
y decir: “No pasa nada, soy humana y me canso,
soy humana y no puedo funcionar siempre al máximo,
soy humana y ya no quiero ser perfecta
…ya ni siquiera quiero que me entiendas,
aunque me gustaría que me entendieras y me valoraras,
y si no puedes entenderme al menos no me critiques
que mi mente ya es experta en hacer eso”.
Y al fin sé que no lo necesito, ni tu aprobación ni mi crítica,
ni rieles en el camino ni claridad en lo que siento
ni en lo que soy ni en cómo vivo todo eso.
Ya aprendí que ser perfecta es no ser yo
y es depender de vuestra mirada y vivir sin centro.
Ya aprendí que nunca es tarde para cicatrizar heridas
ni para construir aquello que se me quitó desde el principio,
y que no es una tara ser diferente porque me robara la inocencia,
porque me envenenaran la confianza en vosotros y en mí.
Ya aprendí que anularme fue mi táctica para sobrevivir y que funcionó
…pero hoy ya no me sirve y decido dejarla atrás.
Ya aprendí que no es cierto que nada depende de mí,
pero no olvido que no todo depende de mí,
y lo que hoy sí que depende de mí es este paso vacilante
o este rato sentada recobrando fuerzas
o este salto con brío de tres escalones al precio de uno.
Y siento el sol y la lluvia, siempre fieles y hoy tan diferentes.
Y resucito a mis viejas yos junto con la nueva
y asomo a la luz con ese poso inmutable y constante,
con ese algo siempre diferente.